Había soñado para ese
año encontrar el amor verdadero, pero lo cierto era que ya estábamos
a Diciembre, y ese amor no llamaba a mi puerta para quedarse. Siempre
esquivándola, o picando tímidamente, pero dándose luego la vuelta.
A veces hacía que me entusiasmara abriendo. Pero no era el amor,
solo un engaño. No había nada.
Me sentía una inmadura,
a pesar de que me faltaba poco para llegar a los treinta. Y decidí
ir al pueblo de mi madre, a recapacitar sobre mi vida, sobre mi
trabajo de secretaria, sobre todo lo que sentía...Pero, descubrí
algo más de lo que esperaba.
—¡Ángela!-
gritó Mery desde la puerta abierta de mi habitación – ¿quieres
perder el tren o qué?
La miré con un solo ojo
abierto, fijando luego la vista en el espejo. Tenía el pelo tan
despeinado que parecía una estrella de rock.
—
¿Qué hora es, cuánto
he dormido? - fruncí el ceño
-—Son
las 12
—
¡Dios!, como se nota que
tengo el móvil apagado – me toqué la frente
—Pues
me habías dicho que a las 16 sales, ¿no? Mal momento para tener el
móvil apagado.
—Sí,
ahora voy – dije nerviosa
Mery se había convertido
para mi en una hermana. Aunque nos llevábamos cinco años, éramos
las mejores amigas. Me había recibido a vivir con ella en su piso
cuando tan difícil se me había hecho encontrar alquiler a los
dieciocho años cuando entré en la universidad.
Me había criado a un
pueblo pequeño a tres horas distancia de la universidad, así que no
me quedaba otra opción.
Iba a pasar las navidades
con mi madre. Aunque siempre me presionaba que me casara, metiéndose
con mis veintiocho años, la echaba de menos. Y el pueblo donde me
crié, que hacía tres meses que no visitaba. Con sus prados y sus
granjas, sus bosques llenos de champiñones, y su río frío donde me
refrescaba todos los veranos de mi infancia junto a mis
hermanos...una dulce nostalgia me recorría el cuerpo cada vez que
iba.
El tren salía dentro de
nada y Mery se ofreció llevarme. A las tres llamó a mi puerta.
—¿Todo
bien, salimos en un cuarto de hora?
—
Sí, gracias —le
sonreí
En verdad cinco minutos
más tarde me di cuenta de que no estaba lista. Me faltaba el
billete. ¿En serio Ángela? Sólo a ti te pasa esto —hablaba
sola conmigo misma.
Lo encontré en un cajón
después de buscar como loca unos quince minuntos. Llegamos a la
estación cuando el tren estaba a punto de salir; corriendo cargada
con la maleta y jadeante.
Me tranquilicé al estar
ya en el tren, aunque por unos segundos estaba esperando a ver si me
iba a dar un infarto de lo mucho que había corrido. Todo el mundo me
miraba raro ya que ellos estaban todos ya sentados, y yo parecía una
vagabunda que acababa de entrar en el tren para pedir dinero o algo.
Bueno, me gusta ir siempre a la moda, así que almenos descartarían
lo último.
Miré el billete y tenía
el número ciento veinte. Me encontraba en la otra punta así que
tenía que recorrer todo el tren, con la gente mirándome. Bueno,
aunque tampoco había que darse tanta importancia. A veces pensamos
que la gente piensa cosas de nosotros cuando en verdad ni les importa
lo que hagamos ni quienes seamos.
Llegué al fin a mi
sitio. Solo había uno libre, y el de la ventana estaba ocupado por
un chico. Muy guapo, por cierto. Moreno, ojos verdes y bien vestido.
Parecía agradable, deduje que tenía más o menos mi edad. Esa fue
la primera vez que vi a Collin.
Me senté nerviosa
después de dejar la maleta en su sitio, y me puse a leer. Estaba
emocionada por ver a mi madre. Una hora y media más tarde miré el
reloj y me di cuenta que estaba a medio camino. Collin miraba por la
ventana escuchando música, sin intentar entablar conversación
alguna.
Me entró el gusanillo y
llamé al camarero que daba vueltas por el tren, esperando que
alguien le llamara porque se aburría. Se puso contento al verme
señalar con la mano.
—
Una ensalada de fruta
¡por favor!
—Enseguida
—
respondió cordial.
Empecé a comerme la
ensalada con muchas ganas, pero creo que se me olvidó masticar,
porque unos minutos más tarde me encontraba faltada de aire y
sientiendo que me moría.
Intenté toser pero no
podía. Tiré del brazo de Collin pidiéndo ayuda al no poder hablar,
ya que él no parecía haber notado mi ahogo. Cuando me vio se puso
nervioso y me cogió con sus manos la cintura por detrás. A partir
de entonces ya no recuerdo nada.
Cuando desperté, él
estaba inclinado sobre mi.
—¡Oh
Dios! —
intenté decir con una voz débil.
—¡Por
fin! ¿Cómo estás? —preguntó
abriendo grandes sus ojos verdes.
—¿Qué
ha pasado? —contesté
asustada.
—Que
te has ahogado con un trozo de fruta y te he tenido que resuscitar.
Me ofreció la mano para
levantarme y me incorporé a medias, mirándole confundida.
—
¿Y por qué tuviste que
resuscitarme, no fue suficiente con la maniobra esa de levantar el
estómago por detrás de la espalda, o como se llame...?
—Es
culpa mía, actué tarde. Cuando lo hice ya habías perdido el
conocimiento.
Por supuesto todo el
mundo me miraba, y el personal sanitario acababa de llegar. ¿Un poco
tarde, no? De no ser por Collin estaría muerta, ¿quién sabe?
Despues de hacerme las
típicas preguntas desesperantes de si estaba bien y todo el rollo,
les di las gracias diciéndoles que estaba bien, y me senté para que
la gente dejara de mirarme.
Respiré aliviada una vez
que sentí de nuevo el respaldo cómodo de la silla. No me podía
creer que había estado a punto de morir por culpa de una fruta.
—
¡No lo entiendo, jamás
me había pasado. Parezco una niña! —
le dije a Collin mirándole con media sonrisa
—No
te preocupes, le puede pasar a cualquiera.
—Gracias.
Aún estoy temblando la verdad.
—
Lo siento, me sabe mal
que no ví antes el incidente.
—
Tranquilo, almenos me has
salvado. No cualquiera sabe maniobras de primeros auxilios.
—Bueno
lo aprendí en la universidad, soy maestro.
—¡Oh,
qué guay! Ves, es que soy una niña, lo aprendiste para los niños.
Se rió.
—Soy
Collin, encantado.
—Yo...Ángela
—Bonito
nombre
—¡Gracias!
Y también por salvarme.
—
¡De nada! —
sonrió
Seguimos el resto del
trayecto sin decirnos nada. Yo volví a leer como si nada, y él a
escuchar música. En verdad no me podía concentrar y estaba
asustada. Seguía sin creerme lo de que había estado a punto de
morir.
El tiempo se me pasó
volando y ya habíamos llegado a Roblen.
—Bueno,
te doy de nuevo las gracias —
le dije a Collin al despedirnos.
—¡No
hay de qué, solo cuídate!
Nos despedimos con una
sonrisa y cada uno nos fuimos a lo nuestro. Estaba aún aturdida,
confusa...
A punto de salir de la
estación, escuché la voz de Collin llamándome. ¡Qué rápido se
había aprendido mi nombre!
—¡Lo
siento! —dijo
jadeante —es
que te quería invitar a un concierto, supongo que eres nueva en el
pueblo y pensé que te gustaría entretenerte...—
me tendió un folleto azul con una gran cruz adornando el centro.
—
¡Oh, gracias! ¿Un
concierto rock?
—
Ah no, cristiano
—contestó
algo molesto como preguntándome "tengo yo pinta de rockero?
—De
acuerdo, pues me lo miraré. ¡Hasta luego!
—
¡Adiós! —
me miró parado mientras me iba.
Me sorprendió lo del
concierto cristiano. ¿Es que era testido de Jehova? No, ellos no
invitan a conciertos. ¿Qué tipo de cristiano era? No me esperaba
que un chico joven como él fuera a ese tipo de conciertos, y estuve
a punto de tirar el folleto, pero...algo me hizo que no lo hiciera. Y
no sé qué fue...
Una vez fuera, mis
pupilas se dilataron y los pulmones empezaron a recibir un suave aire
fresco.
Inspiré feliz. ¡Por fin
volvía a mi pueblo! Aunque iba cada tres meses más o menos, siempre
sentía que habían pasado años.
Miré hacia el centro, y
no había mucho tráfico. Las casitas pequeñas bien adornadas y la
plaza, me esperaban adornadas de luces y decoraciones navideñas. Al
lado de la estación había un puesto de churros y siempre le
compraba a mi madre. Yo me comía antes unos cuantos, pero dado lo
que me había pasado, prefería hacerlo en casa.
El problema de Roblen, a
pesar de su belleza de cuento, era la escasez de taxis. Por eso yo
siempre pedía uno con tiempo, el particular de un señor que me
recibía con tanta alegría como si fuera mi padre. Bueno, mucho
mejor que mi progenitor, ya que él me abandonó cuando yo tenía dos
años. Nunca volví a saber nada de él, y tampoco quería hacerlo.
Mi madre por supuesto me
recibió con alegria y tratándome como a una princesa.
—Te
he preparado sopa y costillas al horno con patatas, cariño, vamos a
cenar. ¿Tienes hambre?
—Oh
mamá, qué mona eres. Sí, tengo mucha hambre —sonreí
frotándome la barriga. De saber lo que me había pasado en el tren
seguro que mi madre me habría bombardeado de preguntas y
repitiéndome unas cuantas veces que tuviera cuidado al comer. Pero
por supuesto no le dije nada. Solo esperaba que me preguntara el real
motivo de mi llegada. Le contesté con sinceridad cuando lo hizo:
—Ni
yo sé lo que me pasa, mamá. Solo sé que no sé nada, como decía
Sócrates. Supongo que estoy triste porque no estoy contenta con mi
trabajo, porque ese chico que tanto espero no aparece...por todo y
por nada – dije mirando al plato vacío.
—
Yo lo siento, hija. ¡Ven
aquí! —
se incorporó para abrazarme.
Después de desahogarme y
una vez cenadas, salí por el pueblo con mi madre a dar una vuelta.
Comimos creps con mermelada de moras, nos encantban a las dos. Lo
vendía la señora Martina, un ancianita de unos 70 años que se
empeñaba en no dejar de trabajar hasta el final de sus días. En
verano iba a ayudarla con la limpieza del local, ya que tenía una
relación cercana con ella, había sido nuestra niñera, y la mejor
que podíamos haber tenido.
- Oh, hijita, se te han
aclarado el pelo y los ojos de tanta contaminación de ciudad - me
dijo con su vocecita suave – pero almenos no te has cortado el
pelo. Sigues igual de guapa que de costumbre, y la nariz igual de
pequeña que cuando cuidaba de ti con 10 años. —
se rió.
—¡Gracias
señora Martina, es usted muy mona. Pero creo que el pelo y los ojos
los tengo igual de oscuros que de costumbre.
—
¡Qué va, tienes el pelo
castaño ahora, y los ojos más almendrados.
La pobre debía de haber
perdido un poco de visión, porque yo me los veía igual que de
costumbre, pero empecé a mirarme la melena porque me hizo dudar.
—
¿Es más claro mi pelo?
—
pregunté a mi madre con el ceño fruncido, una vez que la señora
Martina se había ido.
—No
hija —sonrió
ella.
Dimos una vuelta por todo
el pueblo, ya que se recorría en media hora, y nos fuimos a casa.
Durante una semana intentaría desconectar de todo y disfrutar de la
naturaleza, de mi pueblo, y sobretodo de mi madre, que ya tenía sus
sesenta y cuatro, y el pelo ya empezaba a notar el invierno de su
vida.
Después de cuatro días
de salir con viejas amigas, cine y paseos por la granja, ya estabamos
a jueves y me acordé del concierto al que el desconocido del tren me
había invitado. Guardaba el billete mejor que el del viaje, había
aprendido la lección.
Lo daban el Viernes a las
17 en el casal del pueblo. No tenía yo nada que ver con la religión,
aunque mi madre siempre nos había criado con un espiritu de
humanidad y honestidad típico del cristianismo. Pero estaba
dispuesta a hacer algo nuevo, a ver su manera de ver la vida aunque
no compartía su creencia. Y,¿ para qué engañarnos?, tenía ganas
de verle...
Le dije a mi madre que
iba a ver a Alicia, una vieja amiga. Sabía que no le haría gracia
lo del concierto cristiano, ella opinaba que los no católicos eran
todos una secta.
A las cinco menos cinco
ya estaba en la puerta del casal. La conserje, una chica joven de
unos veinte años, me indicó el camino recogiéndome el billete.
La sala no era muy grande
y bastante acogerdora. Al escenario estaba ya la banda, preparada
para empezar, pero no había mucha gente, unas treinta personas,
todas con sonrisas en el rostro.
Me senté por el medio,
donde habían muchas sillas libres. Estaba buscando a Collin con la
mirada por toda la sala, pero no lo encontré. Empecé a mirar mejor
la banda, y para mi sorpresa ahí estaba él, dispuesto a cantar.
¡Era el solista de la banda! Mostraba una gran seguridad sobre el
escenario y su vestimenta era impecable. Una camisa de color verde
oscuro, pantalones marrones y su pelo moreno bien peinado con
bastante volumen.
El sonido de la guitarra
me despertó a la realidad, lo estaba mirando como si fuera un
maniquí. Se humedeció los labios y empezó a hablar:
—
¡Bienvenidos, que Dios
les bendiga! Vamos a tocar una canción que tiene mucho impacto para
mi, os la dedico a todos vosotros. ¡Gracias por estar aquí con
nosotros, espero que el Señor toque vuestros corazones esta tarde!
Empezó a tocar de nuevo
la guitarra y...su voz parecía angelical. ¡Waw!
Y la canción, la verdad
es que era muy bonita, incluso para una agnóstica y ocasionalmente
atea como yo.
" Que te cubra
con su gracia
hasta mil
generaciones
Tu familia, y tus
hijos
Y los hijos de tus
hijos"
¡Vaya, una linda
bendición! Lástima que yo no creía que Dios existiera...
Tocaron unas cuantas
canciones más, también junto a una chica, una rubia guapa de pelo
corto y alta. Pensé que a lo mejor tenía novia y yo ahí escuchando
canciones cristianas sin ser creyente.
Al acabar el concierto
nos invitaron a todos a bocadillos y té. Al principio dudé si estar
más rato o no, ya que me sentía fuera de lugar, conociendo solo al
solista por haberlo visto una vez en mi vida.
Por suerte, las chicas
que estaban sentadas en la misma fila que yo, vinieron a saludarme.
—
¡Hola! Somos Paula y
Amy, ¡bienvenida! —
me sonrieron extendiéndome la mano.
—
Ángela, ¡muy amables!
Empecé a hablar con
ellas y no paraba de analizarlas para darme cuenta qué tenían de diferente aquellos a los que mi madre llamaba "secta".
Por supuesto estaba
buscando de nuevo a Collin con la mirada, mientras las chicas me
hablaban. A veces ni me enteraba de lo que decían, pero fingía
hacerlo, aprobando con la cabeza, pero mis ojos dirigidos hacía la
esquina donde estaba "mi héroe", el chico que me salvó la
vida.
Él estaba en una
esquina, destacando por su altura y belleza. Estaba hablando con la
banda y riendo de vez en cuando con la chica de la que yo ya sentía
celos.
¿Pero qué te pasa
Ángela, estás loca o qué? —me
decía.
En algún momento se
paraba a mirar la gente a la sala, pero mi estatura no ayudaba a que
me localizara, más bien, todo lo contrario. Mis cientosesesenta cm no
se podían comprar con sus cientoochenta.
Los bocadillos y el té
eran muy buenos, pero como Collin no se movía de ahí, decidí que
era hora de irme.
No pude hacerlo, porque
justo cuando estaba a punto de despedirme de las chicas, vi que él
se dirigía a mi mesa. Parecía un modelo al caminar. ¡Respira
Ángela, finge que no te importa!
—
¡Ángela, qué
sorpresa! Me alegro mucho que hayas venido, no me lo esperaba; te ví
un poco indecisa el otro día.
—
¿Qué tal? La verdad
dudé al principio, pero uno debe probar cosas nuevas de vez en
cuando —
sonreí.
—
Por supuesto —
aprobó con la cabeza —
¿Has comido, deseas un té?
—
¡No, gracias! Ya he
comido.
—
Me alegro. Bueno, ¿y
qué te ha parecido el concierto?
—
Bonito, la verdad.
Cantas muy bien y todo ha sido muy dinámico.
Tenía pensado decirle
que me esperaba que fuera más aburrido, que no hubiera música
"movida" ni que la gente aplaudiera o algo. No sé por qué
me imaginaba a unos ancianitos cantando sin ánimo. Menos mal que
estaba equivocada.
No le dió tiempo de
contestarme porque su compañera ya vino hacia nosotros.
—
Collin, ¿qué haces? ¡Te
está buscando Martin!
—
Ahora voy, Flor.
La chica, un poco borde,
ni me miró. ¿Flor, así es como llamaba a su novia?
—
Ves, que sino tu novia se
enfadará —
sonreí.
—
Ah no, es mi hermana
Florentina - se rió
Vale, eso me acarició el
alma. ¿Pero cómo es que ella era rubia? No se parecían en nada..
—
De acuerdo, pero
igualmente...
—
Puede esperar - contestó
afligiendo el brazo.
—
De acuerdo. Oye —
dije haciéndome coraje —
¿te puedo preguntar como se llama vuestra creencia, a parte de
cristiana?
—
¡Claro! Somos
evangélicos —
dijo inclinando ligeramente la cabeza.
—
Entiendo.
Su hermana creo que ya me
había cogido manía igual que yo a ella, porque apareció capaz de
arrastrarle de "mis brazos".
—
¡Collin, que te
esperan!
¿Era de mala educación
que le esperaran ,pero lo que ella hacía no lo era?
—
¡Ya voy! —
miró de reojo a su hermana, que se fue con prisa.
—
Lo siento —
se disculpó un poco avergonzado —
mira, si quieres déjame tu móvil y ya te explicaré más cosas
sobre nosotros. E invitarte a más conciertos y todo eso; si quieres
claro...
Mm, darle el teléfono a
un desconocido nunca había sido lo mío, pero ese chico me había
salvado la vida; además no parecía mala persona.
—
Yo...vale —
tartamudé.
Me fui del concierto con
su número y él con el mío.
Al llegar a casa mi madre
me esperaba en el sofá. ¡Qué raro, si eran las once, y ella
normalmente dormía a esa hora!
—
Mamá, ¿qué haces
despierta, estás bien?
—
¡Ai, hija! Pues un poco
disgustada —
me miró triste.
—
Disgustada, ¿y eso?
—
Te lo voy a preguntar sin
rodeos —
se puso de pie —
¿qué hacías tú a un concierto de cristianos?
¿Pero serán cotillas
los del pueblo, tan pronto se había enterado mi madre? ¡Los mejores
periodistas, no te digo!
—
¿Qué? ¡No estaba a
ningún concierto, no sé qué hablas! —
dije dirigiéndome hacia la cocina, a por un vaso de agua.
—
Hija, has ido al casal, y
solo había un concierto de cristianos, ¿qué hacías tú ahí?
Ni me esforzé en
preguntar quién se lo había dicho.
—
Mamá, tengo veintiocho
años y creo que no debo dar explicaciones a nadie sobre dónde voy y
qué hago. Si yo quiero ser cristiana, lo seré. Si decido ser atea,
también. Y eso no repercutirá el amor que siento por ti, así que
por favor, no discutamos por eso.
—
¡Hija, pero es absurdo!
¿Es que mis creencias católicas no son buenas?
—
¡Que fui a un
concierto, no he firmado ningún contrato que diga que soy
evangélica, por Dios! —
contesté un poco subida de tono.
Había venido a mi pueblo
con la esperanza de sentirme más madura mirando todo lo que había
crecido, pero eso no formaba parte del plan: mi madre cuestionándome
dónde iba, con casi treinta años.
—
Mira máma - seguí
enfadada- mejor me voy , ¡no vaya ser que te contamines de mi
religión!
—¡No,
Ángela, no te vayas hija!
Ignoré sus palabras y me
fui a hacer la maleta llorando, llamando a mi taxista de siempre,
pero su móbil estaba apagado.
Me senté en la cama
tocándome la cabeza con las dos manos, intentando recogerme en una
coleta mi pelo moreno.
Por suerte al final logré
un coche que me llevaría a casa; iba a pasar del tren del Domingo,
por supuesto, aunque me costaría más dinero.
No quería irme enfadada
con mi madre, así que me fui a hablar con ella mientras esperaba el
taxi. La encontré sentada en el sofá, con la mirada perdida.
—
Mamá, lo siento. ¡Ven,
dame un abrazo!
Se levantó y le dí un
beso en la frente; nos despedimos, con un nudo en la garganta.
A mitad de camino entre
Roblen y Stewar me dió por volver. ¡No podía despedirme así de mi
madre por un estúpido concierto!
El chófer habrá pensado
que era un cachondeo.
—
¿Está segura? - me miró
frunciendo el ceño —
mira que llevamos algo...
—
Sí, por favor dé la
vuelta, le pagaré lo que haga falta
—
Está bien —
contestó levantando los hombros
La supuesta semana de
viaje en verdad se convirtió en meses. Volver a trabajar en la misma
empresa de Los Angeles, donde empecé hacía 3 años lo veía
imposible. Leyre, mi jefa, se enfadó mucho conmigo y me recordó que
no recibiría el finiquito, como una amenaza. Pero mi recompensa era
una nueva vida.
Mery se sorprendió con
la noticia, pero comprendía mi decisión. Igualmente me guardaría
la habitación, ya que le dije que solo sería un año más o menos.
Empecé a trabajar en el
casal del pueblo como recepcionista. Mi madre conocía a todos los de
ahí y resultó muy fácil conseguir el puesto. Así entendí lo
rápido que se enteró sobre el concierto, los mismisimos empleados
la habían llamado. No les guardaba manía, ya que Irene era para
ellos una amiga, pero su hija, por aquel entonces, una simple
desconocida. Lo que no entendía era por qué hacía mi madre eso,
¿no tendría miedo de que los evangélicos "me atraparían"
al organizar sus eventos por ahí?
Me hice amiga fácilmente
de todos los empleados, sobretodo porque la mayoría eran de mi edad.
Aproveché una pausa de café para abrir la conversación sobre
Collin y sus conciertos, con Alma, la compañera con la que mejor me
llevaba. Era una pelirroja simpática de veinticinco años, de
estatura media y pelo rizado, siempre dispuesta a enseñarme todo lo
que yo no sabía sobre como funcionaba el trabajo ahí.
—
¿Organizan con
frecuencia los cristianos conciertos aquí? Lo sé porque fui a uno
hace dos meses...
—
Sí, una vez al mes
alquilan la sala para hacer todo tipo de actividades; a parte de
cantar, hay programas para niños, conferencias...
—
Vaya - contesté sin
saber qué más decir
Collin me había enviado
dos Whatsapps dos semanas después de vernos, pero los ignoré. Con
todo el lío que se había montado por su culpa, no quería más
problemas. El primer mensaje decía así:
Hola Ángela, soy
Collin. ¿Sigues por Roblen? Espero que estés bien.
El siguiente fue dos
semanas más tarde:
Espero que no te haya
molestado con nada, lo siento si fue así. Cuídate.
Revisé
la agenda de alquiler de la sala de espectáculos después del
desayuno, y a primera vista no vi nada "sospechoso". Pero
al fijarme de nuevo, descubrí el título "Dios existe"
organizado por Adonai.
Deduje
que así se llamaba su iglesia, o bien su banda.
Se trataba de una
conferencia y la darían el día treinta de Mayo a las diecinueve
horas.